miércoles, 29 de abril de 2009

La Torre Pelli


“Si supiéramos de alguna ciudad que tuviese esta sabia armonía, esta exquisita aristocracia, esta plenitud de espíritu de nuestra ciudad, no hubiéramos empezado a escribir. Sólo ella es así”. Manuel Chaves Nogales


¿Es inevitable que se consume el horror de la torre Pelli? ¿Tan inane es nuestra ciudadanía que contemplará impasible tal atentado contra la imagen universal de Sevilla, contra su “sabia armonía”?. Ya los aspectos urbanísticos e infraestructurales que provocaría una construcción de esas características y en el lugar previsto, supondrían problemas de difícil solución, sobre todo si el uso final de la obra tiene que ser esencialmente absorbido por nuestras Administraciones Públicas, para así rentabilizar lo que ni Cajasol ni en general nuestra escuálida economía pueden afrontar.

Si no es con el relleno que proporcionen el Ayuntamiento y la Junta, un edificio de ese volumen quedaría desocupado, pues no se vislumbran las entidades privadas que acudieran a su reclamo, y si son las instituciones públicas las que anidan en la torre, tendría que ser a costa de abandonar otros proyectos –algunos ya previstos- para sus propias instalaciones, lo que a la larga significaría menor actividad constructiva, desvirtuando un hipotético impulso económico por la edificación del polémico rascacielos.

El desaguisado parece haber echado a andar con algún movimiento de tierras, pero si se impusiera el buen sentido, aún se estaría a tiempo de evitar el error –también económico- de perpetrar ese atentado contra la ciudad, que denuncian las instituciones internacionales que velan por el patrimonio estético y urbano. Ya sabemos que el Ayuntamiento no sólo no lo impide sino que lo fomenta y lo sitúa en su línea de lo que considera modernidad, pero que habría de calificar mejor de modernez.

Creemos que Sevilla no necesita competir con Dubái o Singapur, sino salvarse de la degradación que la amenaza por todas partes.

Sevilla nunca compite (para bien o para mal) sino consigo misma, y de ahí su carácter dual en todo, desde lo institucional a lo religioso o lo popular.
La torre de Sevilla no puede ser más que la Giralda, que ya compite con su otra torre, la del Oro, y la vanidad de quienes rigen una entidad o la de un arquitecto que quiere dejar su huella, aunque sea destrozando el perfil urbano de la ciudad, no debería prevalecer sobre algo que es más que un urbanismo lógico, como es la identidad de una ciudad universal.

Los sevillanos –junto con el inmenso número de los que a lo ancho del mundo aman esta ciudad- debemos reaccionar para que no tenga lugar lo que nunca debió plantearse y si así ocurre será cosa de congratularse no sólo del éxito de la protesta sino de que se ponga de manifiesto una conciencia cívica ajena a las instituciones y organizaciones oficiales, de la que nuestra sociedad está tan necesitada.

Juan Carlos Aguilar Moreno

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